Beisbol: 50 años de una hazaña panamericana
CARACAS (Jesus Cova).- Este domingo 6 de septiembre se cumplen 50 años de una de las más relevantes proezas en la historia del deporte venezolano: la conquista de la medalla de oro en el béisbol de los Juegos Panamericanos de 1959.
Pero esta hazaña deportiva no ha gozado de la recordación de otras tantas proezas conseguidas por nuestros atletas. Los 17 peloteros se fueron en silencio, sin llamar la atención de muchos y subestimado por los medios de comunicación, y unos días más tarde retornaron al país aclamados por un pueblo preñado de alborozo por el cetro obtenido, contra todos los pronósticos.
Un libro para coleccionar
No obstante, un acucioso y laborioso investigador deportivo, el general de brigada, José Antero Núñez (autor de varias obras similares como la tan celebrada victoria de 1941 la recogió en “Todos fueron héroes”) se dio a la paciente labor de limpiar el polvo del olvido que ha recubierto el éxito de la pelota nacional en Chicago-59 para publicar el libro “50 años. Hazaña del béisbol venezolano, oro panamericano de 1959, Chicago”, obra bautizada por la Ministra del Poder Popular para el Deporte, Victoria Mata, durante el homenaje que, el pasado jueves, le rindió el gobierno nacional rendido a los campeones de 1959.
¿Qué son los Panamericanos?
El refranero popular consagra, y lo hace bien, que “el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones”. Pero también lo está el que conduce hacia la gloria y fue ese el que siguieron los para entonces jóvenes legionarios de la selección nacional de béisbol que, como dijimos, silenciosamente tomó el avión hacia Chicago en un día cualquiera de agosto de 1959 para intervenir en los Juegos Panamericanos de la llamada “Ciudad de los vientos”, en el estado de Illinois, Estados Unidos, competencias programadas para desarrollarse entre el 27 de ese mes y el 7 de septiembre.
Los Panamericanos son continentalmente solamente segundos en importancia de los Juegos Olímpicos, de cuyo ciclo forman parte integral. Los de Chicago serían los terceros de una historia que se había iniciado en Buenos Aires, Argentina en 1951, con el aval del Comité Olímpico Internacional (COI) y bajo el control y supervisión de la Organización Deportiva Panamericana (Odepa), ente que los monta regularmente cada cuatro años.
Nacieron inspirados en los Centroamericanos, los cuales regionalmente se hacían desde los años 20, Originalmente los Panamericanos estaban fijados para 1942, pero la II Guerra Mundial impidió su realización en la fecha prevista por lo cual se postergó su puesta en escena primigenia para 1951 en la ciudad bonaerense, en verdad un largo aplazamiento si se considera que la conflagración bélica había concluido seis años antes.
En esa primera edición participaron poco más de 2.500 deportistas en representación de 21 países, cifra que se incrementó sustancialmente hasta casi seis mil deportistas de 42 naciones en la más reciente cita, los XV de Río de Janeiro en 2007. Los de 2011 están programados para Guadalajara, México.
Después de Argentina los Juegos se efectuaron en Ciudad de México, México (55), Chicago, EE.UU. (59), Winnipeg, Sao Paulo, Brasil (63), Winnipeg, Canadá (67), Cali, Colombia (71), por segunda vez Ciudad de México, México (75), San Juan de Puerto Rico, Puerto Rico (79), Caracas-Guarenas, Venezuela (83) , Indianápolis, EE.UU. ( 87), La Habana, Cuba (91), Mar del Plata, Argentina (95), de nuevo Winnipeg, Canadá (99), Santo Domingo, Rep. Dominicana (2003) y Río de Janeiro, Brasil (07).
En el cuadro histórico de medallas Venezuela ocupa el séptimo lugar con un total de 453 presas, de las cuales 73 son de oro, 156 de plata y 224 de bronce. La aventajan únicamente Estados Unidos, Cuba, Canadá, Argentina, Brasil y México, mientras que ella supera a Colombia, Chile, Puerto Rico, Jamaica, Dominicana, Ecuador y Uruguay en una extensa nómina que componen 41 países.
No se exagera al aseverar que de aquellos 73 galardones áureos cosechados por nuestro país, probablemente ninguno tan laboriosa y tenazmente labrado, macerado, como el del equipo de beisbol que tuvo que luchar durante siete (7) jornadas hasta llegar a la cumbre, con sólo una derrota sufrida ante México en su segundo encuentro.
A Venezuela se le incluyó en el grupo B, que integraba con EE.UU, México, Costa Rica y Brasil, en tanto que en el “Grupo de la Muerte” (la calificación es nuestra. Para la época no se usaba tal denominación, que se inició con el fútbol y luego se extendió a otras disciplinas) se hallaban Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y Nicaragua.
El combinado nativo
El contingente tuvo un primer percance poco antes del viaje cuando el receptor suplente, Emilio Vargas, debió ser excluido al presentar una falla cardíaca. Los reglamentos estipulaban que todo equipo debía estar formado por 18 jugadores y fue menester pedir se considerara el caso venezolano, que tendría una nómina de 17 efectivos ante la baja de Vargas. La petición fue aprobada por el comité organizador.
Unos días antes del viaje a Chicago, el piloto Casanova declaró al ya fallecido periodista de El Nacional, Felo Giménez, que el conjunto tenía como mayor virtud su calidad defensiva y que confiaba en una buena actuación. Los hechos probarían que había sido comedido en su juicio y que sería el pitcheo y no básicamente la defensa, la llave que abriría las puertas de la gloria.
Tropezón inicial
En su primera salida al terreno del viejo y tradicional Comiskey Park, el club criollo desató un bombardeo de 16 imparables contra el pitcheo de Estados Unidos, al que venció con pizarra de 11 carreras por 6.
Entre los cohetes se contó un cuadrangular de unos 370 pies al segundo piso del parque, conectado por el primera base José “Negrón” Flores, uno de los más veteranos del combinado y quien fletó cuatro rayitas. El derecho valenciano Manuel Pérez Bolaño aisló 8 hits para acreditarse el triunfo, ayudado, además de Flores, por los bates de William Troconis y de Rubén Millán, quienes golpearon tres hits por lado.
En su segundo choque, sobrevino lo que sería el único tropiezo nativo: México, que no era precisamente uno de los favoritos, atacó temprano al abridor, el zurdo oriental (de Anzoátegui) Tadeo Flores (lo relevaron Luis Peñalver y José Flores) y terminó por imponerse 3-0 con los bates venezolanos contenidos en 9 dispersos hits por el lanzador Luis García.
El revés, sin embargo, en nada hizo decaer el ánimo de los venezolanos, que masacraron a continuación a Brasil, que llevó un equipo integrado casi en su totalidad por descendientes de japoneses.
La pizarra terminó 14-1, con el triunfo desde el box para Enrique Capecchi (permitió un sencillo en cinco entradas), a quien rescató Francisco Oliveros. “Tata” Amaya y Girón aportaron a la ofensiva tres inatrapables cada uno.
En su cuarto juego, Venezuela no tuvo adversario de peligro. El débil Costa Rica cayó 14 a 2, en choque que contó con la presencia del grandeliga zuliano Luis Aparicio jr., astro de los Medias Blancas locales y quien años más tarde se convertiría en el único pelotero nuestro, hasta ahora, con un nicho entre los inmortales que moran en el Salón de la Fama de Cooperstown.
Luis felicitó a sus compatriotas, de manera especial al mirandino Dámaso Blanco -a la postre figura estelar en el profesional, fugaz jugador de grandes ligas y actualmente conocido comentarista de radio y televisión- y al falconiano Amaya, al primero por su fildeo impecable y por el robo de tres bases (la especialidad de Aparicio) y al otro por su ofensiva.
En ese partido, en efecto, el “Tata” sacó la bola del estadio con un batazo de más de 400 pies que cayó en la parte de afuera del Comiskey.
Suerte del campeón
Desde el montículo la satisfacción fue para el serpentinero derecho de 17 años, Luis Peñalver, quien apagó a los bates enemigos y contó con el respaldo de trece cañonazos. Poco después de regresar a casa, Peñalver firmó para el rentado y llegó a ser uno de los más grandes pitchers de Venezuela en ese campo, aunque nunca logró escalar a las grandes ligas.
Al final de la tanda eliminatoria, Venezuela cerró empatada con México y EE.UU., los tres con balance de 3-1. La suerte vendría en ayuda de los muchachos nuestros, pues los organizadores determinaron que pasaría a la rueda final la selección que sacara el número uno en un sorteo, con los otros obligados a un partido extra. El uno favoreció a Venezuela.
La ronda decisiva
El cuadro nacional abrió las hostilidades del play off ante un rival de gran peligro: la favorita Cuba, que no las había tenido todas a su favor en la eliminatoria.
Las acciones fueron de alto voltaje, pero al final los venezolanos ganaron 6 por 5 con anotaciones en la primera entrada (2), en la tercerea (1) y un racimo de tres en la quinta mediante sencillos corridos de Troconis- terminó campeón bate al ligar de 22-11 para promedio de 500, empatado con el boricua Irmo Figueroa, que sonó de 18-9-, Amaya y el “Negrón” Flores, más un “wild”. José Pérez y Pérez Bolaño aunaron esfuerzos desde el morrito, con el crédito de la victoria para el primero.
El siguiente compromiso resultó el de mayor emotividad, aún superior al anterior. El contrincante fue Estados Unidos. Se tradujo en un candente y hermético duelo de lanzadores entre Capecchi y Ronald Kelpfer, el estelar de la escuadra local, que estaba integrada en su mayoría por estudiantes universitarios.
Luego de un intenso batallar, los criollos conquistaron la victoria con marcador de 3 carreras a 2, auxiliado Capechi por José Pérez y después de una tángana que se suscitó en el octavo acto al reclamar airadamente los venezolanos una decisión del árbitro de primera base. Los ánimos se caldearon a tal grado que se hizo necesaria la intervención de los agentes del orden. Ángel Zambrano, presidente de la Federación, medió en el conflicto y logró devolver la calma al campo de juego.
Temple de acero
Para el 6 de septiembre, con el escenario del Wrigley Field, sede de los Cachorros de Chicago, estaba fijado el encuentro de clausura del torneo peloteril. Para entonces, las acciones pasadas habían dejado como únicos aspirantes al trono a las novenas de Venezuela y Puerto Rico.
En lo que quizás derivó en una afortunada corazonada, el timonel Casanova puso la bola en manos del jovencito Luis Peñalver, sin experiencia internacional, lo que parecía una verdadera temeridad de su parte.
Peñalver, con el temple que le caracterizó en toda su extensa carrera, afrontó el reto. Transitó toda la ruta al ritmo de apenas media docena de imparables en contra, mientras sus compañeros le daban apoyo frente a los envíos de Calderón, Santiago y Pagán, los tres lanzadores que utilizó la tropa borincana.
Los venezolanos abrieron el marcador en el primero al combinar triple de Troconis y sencillo de Amaya. Sumaron otra en el cuarto con jonrón al jardín derecho de “La Manca” López y añadieron una más en el quinto con tubeyes del campocorto Domingo Martín Fumero (“Fumerito”), un estudiante de medicina- se especializó en dermatología y ejerció hasta poco antes de su muerte, hace unos años-, que pudo ser una estrella de haber saltado al profesional, y del propio Luis Peñalver.
Dos más en el octavo y la de cerrar en la parte alta del noveno dieron el suficiente respiro a Peñalver, quien llegó a retirar hasta nueve bateadores al hilo en una parte del juego, como para sobrevivir a la reacción boricua, que le atacó con una en el octavo mediante boleto y doblete de Carlos Nazario y con un cuadrangular solitario de Reinaldo Vásquez en el cierre del choque, 6 por 2.
Con el out 27 se concretó instantes después la impensada proeza. Naturalmente, la delegación venezolana, casi en pleno, armó una fiesta en el Wrigley, sacudido en sus cimientos por los gritos de júbilo de atletas y dirigentes criollos, mientras los jugadores se abrazaban en el terreno. Entretanto, a cientos de miles de kilómetros, miles de venezolanos celebraban también la buena nueva.
La pelota aficionada nacional, que había confrontado tantos días de tristeza, de desazón, de crisis, por la ausencia de satisfacciones, volvía a la felicidad y a la esperanza (aunque tiempo después caería nuevamente en el anonimato y en las frustraciones), con esa satisfactoria reivindicación y esa medalla dorada, la única de ese color conseguida en la cita de Chicago en la cosecha global de 15, siete de ellas plateadas y otras tantas de bronce.
Ese mismo día, en horas de la tarde, los héroes tomaron el avión de regreso a una casa a la que retornaban y a la cual llegaron bajo aclamaciones después de haber salido de ella en el más absoluto y sepulcral silencio, sin estridencias triunfalistas.
Equipo campeón:
Jugadores: Eduardo “Tata” Amaya (infielder), Dámaso Blanco (inf.), Enrique Capecchi (pd), Lucas Ferreira (out.), José Flores (inf.), Tadeo Flores (pz), Miguel Girón (outfielder), Luís Manuel Hernández (inf.), Raúl “Cigarrón” Landaeta (utility), Francisco “La Manca” López (out.), Domingo Martín Fumero (inf.), Rubén Millán (inf.), Francisco Oliveros (pd), Luís Antonio Peñalver (pd), Manuel Pérez Bolaño (pd), José Pérez (p) y William Troconis (catcher),
Mánager: José Antonio Casanova
Coach: Andrés Quintero
Delegado: Antonio Lares
Médico: José Domingo Martínez Morales
Masajista: Jesús Rodil
Presidente Fedebeisbol: Ángel Zambrano.
Fuente para este trabajo: “50 años. Hazaña del béisbol venezolano, oro panamericano de 1959, Chicago”. José Antero Núñez.